lunes, 12 de septiembre de 2011

LA NATURALEZA

    
      La naturaleza (que es siempre sabia) quiso que de una leona nacieran tres curiosos animalillos, digo curiosos porque no es muy normal que convivan elefantes, mosquitos y toros en una misma familia, pero ya he dicho antes que la naturaleza es siempre sabia.
      La cosa es que, y aquí el motivo de mi relato, las cosas no siempre funcionaban bién entre la amorosa protección de la leona, la estabilidad del elefante, la fibra del mosquito y la curiosidad del toro. Aún así todos los elementos componían una hermosa canción sobre las lecciones de la vida. Por ejemplo, si la leona no salía a cazar, ese día no se comía, si la leona no mataba a zarpazos a la desilusión, a los llantos, a la inseguridad y demás buitres que jugaban con sus crías, ninguna de ellas seguiría viva. En definitiva, si la leona no fuera leona, ni el elefante, ni el mosquito transformista, ni siquiera el toro, que siempre está tan seguro de sí mismo. serían lo que son. Sólo había que oírla ronronear cariñosamente mientras jugaba con ellos para saber que en cualquier momento saltaría sobre una presa para degollarla si sus crías estaban en peligro. Si el elefante, que a veces quería ser leona, no se convertía en el espejo de la calma y la estabilidad y dejaba que las cosas terrenas y celestiales siguieran con su cadencia vital, nadie conocería la entereza de quien a pesar de todo y las risas, sigue ahí, demostrando que hasta los bebés de la manada tienen su sabiduría escondida detrás de las orejas. 


      Si el mosquito no moviera nerviosamente sus alas, nadie en esa familia insólita tendría el aire necesario para respirar, si a veces no se convirtiera en águila rea, incluso con garras y con uñas, nadie sabría de la existencia de ninguna intensidad, y si a veces no se transformara en un colibrí juguetón no podrían haber saboreado el néctar delicioso que traía en su pico. Ahora, que el toro se las traía. Lo que más le gustaba en el mundo era rumiar pensamientos, propios o ajenos, allá en el campo, donde la tranquilidad se cortaba con cuchillo; pero nadie sabría lo importante que es disfrutar cada brizna de hierba, cada segundo del día si no hubiera sido por nuestro torito despistado y aventurero, porque en cualquier momento sabía que la vida podría preparar una embestida brutal; tampoco conocerían la profundidad de la gratitud, no porque el toro lo expresara directamente con sus mugidos, sino porque lo sentia en lo más hondo de su corazón, con la misma intensidad repartida para todos. Y en su fuero interno, reía.
    Como ya sabemos todos, la estructura social de los leones es eminentemente matriarcal, la que vigila, amamanta y caza es ella, sin embargo a veces sentían la presencia del león, sobre todo, cuando desde lo más hondo de su garganta salía un rugido estruendoso e inesperado. Pero, ya se sabe, el león siempre se está buscando las pulgas, feliz y entretenido, está de paseo o alardeando de melena. Creo que a veces presume de fortaleza, pero es apariencia porque se ha quedado en una edad digamos muy infantil. El león es así.




      En los juegos de los tres pequeños, al mosquito transformista le gustaba patalear y dar pequeños grititos y después esconderse porque le pesaba demasiado el corazón, a veces éste era demasiado grande para su cuerpecillo. Al elefante le gustaba echarse agua sobre el lomo con su enorme trompa como diciendo, ¡aquí estoy yo y todos podéis aprender de mí! Y les daba consejos a trompazos a los mas pequeños, y puedo decir que aprendían. Y al toro, pues el toro podía divertirse con casi cualquier cosa, pero sólo si la podía ver por dentro.
      Eran tan diferentes que hizo falta que el toro se perdiera por la jungla para empezar a encontrarse. Explicación: en uno de los días normales del paseo matutino del toro, se dio cuenta de que nuncahabía sentido la picazón de una serpiente de veneno mortal, y se dijo a sí mismo: ¿Por qué no probar a buscar una de esas serpientes y le pregunto como de fuerte es su veneno? El toro quiere saber demasiadas cosas. Entre unas cosas y otras el toro no llegaba a casa, y pasó una noche fría y solitaria, y otra y otra..., y la leona notó que esta vez no le podía salvar, que el buitre que esta vez acechaba volaba demasiado alto, y su alma de guerrera se puso a llorar. Mientras, el toro estaba explorando, estaba bién.
      El elefante se dijo a sí mismo: No pasa nada, nada ha de pasar. Y seguro que a veces se lo creía. Con esa seguridad y algo de pragmatismo mezclado con ilusión, se fue tranquila y pausadamente a buscar al desaparecido donde quiera que estuviese. No voy a decir que no dudara, claro que dudaba, pero los colmillos de marfil podían más.


        Al mosquito le temblaban las piernas y se acercaba temeroso a lo que siempre le había parecido un mundo oscuro ¡la jungla! Se acercaba mucho, era muy valiente y se le escapaban los ramalazos de águila real debajo de la dulzura de colibrí y del miedo de quién se sabe perecedero y vulnerable.
        El alma de la leona estaba muy cerca de la del toro, no quiero decir pegada, pero sí, pegada, encima, sobre, en, entre y sobre todo para. El toro estaba tranquilo y por encima de todas las moscas amorosas que sufrían su despiste, sintió que había desaparecido momentáneamente de su diccionario lo divino, y digo bién, momentáneamente.
        El final de esta historia ya se sabe: en su peligrosa incursión, el toro aprendió mucho, sobre todo a decir, mugiendo, gracias y a masticar más intensamente cada brizna de hierba. Pero también aprendió a ser elefante y mosquito transformista y leona y serpiente y osito abrazable con un tarro de miel y hormiga y ballena y perro y oruga. Y sabe que todos los demás aprendieron con él.
                                          
                                          RAQUEL BARRASA VILLA.
 

jueves, 1 de septiembre de 2011

NOCHE



   La noche es un vientre fecundo
de mujer que siempre abriga una
nueva vida, un nuevo nacimiento.
  Gracias a la noche, se crean miles
de criaturas que no salen a la luz
del día porque se convierte en algo
mortecino, porque apaga las voluntades
que se crecen por las noches.
  La noche trae el silencio que saben
apreciar los eternos amantes que,
sin palabras, crean y crean hasta
dar vida a un nuevo ser agradecido
de nacer en y por la noche.
  La noche de los dioses sabios,
que destrozan sus teorías al
amanecer de una nueva luz.
  La noche de los locos sombríos,
que dejan aflorar los traumas
macabros que atormentan sus mentes.
  La noche de los niños que sangran
porque tienen que beber esa sangre,
que cada noche les devuelve la vida.
  La noche de eternos y efímeros,
de soñadores y sonámbulos,
de parturientas y primogénitos,
la noche, se ilumina con la luz
cegadora de cada creación.
             RAQUEL BARRASA VILLA.