miércoles, 25 de enero de 2012

ANTES DE EMPEZAR EL VUELO.


    Hay un hombre que mira con ojos llorosos una enorme ciudad desde un alto mirador. Acaba de perder a un amigo y no sabe si llora por su amigo o por sí mismo. Y sigue mirando la ciudad que les vió crecer, que amamantó sus ilusiones. No parece la misma sin él. Él tampoco es la misma persona, acaba de morir una parte de si mismo que no va a poder recuperar nunca.
    Desde hace mucho tiempo va cargando una bolsa vacía, y ahora todo estalla por los aires, ahora la bolsa ha superado su capacidad, siente el vacío dentro, instalado en sus huesos y en su mente. ¿Como mirar hacia delante si hay un enorme precipicio en la punta de sus pies? Siempre vio a su amigo como un globo que iba a subir muy alto, como una nube que correría por el cielo, libre, y ahora está debajo de la tierra. Qué estúpida paradoja de la vida que le quitó las alas antes de empezar el vuelo.
     Ahora el hombre baja por una escalera que lo pone a la altura de la ciudad. Coge su coche y conduce hasta su casa. Levemente abre la puerta para sentir el vacío otra vez. Saluda a la soledad que seguía sentada en su sofá y se prepara algo de cenar. Hace ya mucho tiempo que cocina para uno, así sabe las cantidades exactas de un menú solitario. Puede que incluso hoy acepte la compañía de la televisión que a veces le hace reír con sus tonterías, va a probar si la televisión hoy está de buen humor. Sí, ella siempre tiene ganas de hacerle reír, otra vez aparecen los mismos monigotes hablando de un perfecto futuro económico, otra vez sale un tanque invencible que se lleva por delante muñecos Paymovil, otra vez está ahí ese gordo pegando bofetadas.


      Pero hoy no tiene ganas de reír, hoy prefiere oír los sonidos de una calle demasiado ruidosa. Ve por la ventana una mujer que con sus tacones hace su aportación sonora, el camión de la basura pasa puntual y deja su rastro musical y luminoso, el chico de siempre corre sus diez kilómetros diarios, una panda de amigos grita consignas de guerra. Invita a la soledad a que se acueste a su lado y ella acepta encantada. Escucha la voz de su amigo que le dice: nunca te dejaré solo, siempre estaré a tu lado. Creyó con el corazón esas palabras, por eso se le hace tan difícil soportar su ausencia. Pero tiene que hacerse a la idea de que no va a acompañarle nunca más, al menos fisicamente, que no va a poder hablar con él de sus miedos o de su compañera soledad. Pensó que siempre sería fiel a su recuerdo y nunca olvidará lo que tuvo y lo que sintió gracias a él, su amigo fiel.


      Suena el teléfono, ya casi no se acordaba de aquel sonido:
-Dígame.
-Soy María, la hermana de Fernando, - no le importó no acordarse de ella, parecía asustada - me gustaría hablar contigo, ¿puedo ir a tu casa ahora?
-Sí, claro - respondió al instante - ahora estoy solo, ven cuando quieras.
-¿Seguro que no te importa?
-No, en serio, ven si quieres.
-Entonces hasta ahora.
-Bien, hasta ahoira.
      Al poco rato ella apareció en su casa, sofocada, parecía que había venido corriendo. No sabía si ofrecerle un vaso de agua o algo de comer, al final se quedó callado.
      -Hola, Manuel, gracias por dejarme venir tan pronto, no sabía donde ir, pensé en ti, tú siempre te has entendido muy bien con mi hermano, y quería hablar con alguien.
      No tienes que agradecerme nada, ya sabes que siempre estoy aquí - pensó que ella estaba muy bonita a pesar de las ojeras.


       -Vi que te fuiste muy pronto del funeral.
       -Sí, no pude soportar que la tierra cubriera su cuerpo, tengo que recordarle moviéndose, además no necesito más despedidas que las que podía haberle hecho en vida.
       -Yo me quedé hasta el final, parecía como si me faltase algo que decirle, como si no pudiese apartarme de él hasta que supiera que ya no me necesitaba. No creo que pueda superar esto, Manuel, de verdad, ha dejado un hueco muy grande en mi corazón Siempre pensé que iba a tenerlo cerca, que no me iba a dejar nunca- empezó a llorar en silencio.
      -Yo pensé lo mismo, pero estoy seguro de que no le gustaría vernos así - por fín le ofreció un vaso de agua - cálmate, piensa en todas las cosas que nos deja, en todos los recuerdos, entodos los momentos.
      Manuel no creía ni una sola de las palabras que estaba diciendo. Quien necesitaba consuelo era él, quien necesitaba palabras de sosiego era él, él quien necesitaba ánimo. En vez de recibirlas estaba ayudando a María a que se sintiera mejor. La muerte deja una sensación extraña y tendemos a ver el futuro de la persona que ha muerto, volvemos a verla haciendo las mismas cosas que hacía cuando estaba viva y volvemos a recordar que todo es mentira, que se ha ido para siempre. Esto no quiere decir que no siga viviendo en nuestras mentes, que su llama se haya extinguido de nuestro recuerdo. Que prefiramos estar en su lugar en vez de vivir recordando su ausencia, su olor, sus palabras, sus ilusiones.


                                                                
                                                                            RAQUEL BARRASA VILLA.