Con 22 años un puto tumor cerebral se la llevó. Éste blog además de un homenaje es su aliento, navegando por la red. Los textos que aquí leereis han sido extraidos de el libro: "RAQUEL" Ediciones TSJ, Colección Testimonios.
sábado, 20 de agosto de 2011
UN CAMINO
Hay un camino enfrente de cada uno de nosotros. Muchos estamos prácticamente en el principio, otros se acercan al fin material. Al verlo tan largo, su figura se difumina con la línea del horizonte y no nos damos cuenta de que a medida que avanzamos estamos dibujando su forma. Nadie ha dicho que el camino sea recto, ni que no tenga bifurcaciones. Puede ser un camino serpenteante, que nos confunda y haga que tomemos direcciones equivocadas, que haga que nos tropecemos y tengamos heridas. Puede que tras un camino se escondan multitud de ellos. Tampoco ha dicho nadie que esas heridas no sangren y duelan, que queramos abandonar el camino porque el dolor se ha hecho insoportable. Puede pasar que el camino simplemente se extinga, que no nos quiera como peregrinos, que nos haga abandonarlo antes de tiempo y que, aunque pretendamos resistirnos, el camino decida por nosotros.
Al principio hay unas manos que nos dirigen, que deciden como será el resto del viaje, esa es una de las partes mas importantes porque es en ese momento cuando se deciden muchas cosas. Y las manos pueden guiarte deprisa, el aprendizaje es veloz, o despacio, el aprendizaje es menos intenso. Las manos pueden determinar todo el peregrinaje posterior. Aprendes a caer y a levantarte, a soñar y a aceptar el dolor, aprendes que los juegos acaban y se sustituyen por malabarismos incluso más divertidos. Aprendes que en el camino hay muchas variaciones, que no todos los colores van a ser agradables, que llueve y hace sol, que la luna llega y la noche se va, que la sangre es más roja cuando la miras a los ojos, que la soledad puede invadirte de un momento a otro. También sabes que las manos te soltarán y el camino que antes era trabajoso, ahora se vuelve más individual.
Pero hay veces que durante un tiempo compartes camino con alguien, tu le prestas tus zapatos para que camine contigo, y a cambio recibes otras cosas; puede que sin ellas no caminases por el mismo sitio o de la misma manera. Luego esos se van, buscan otro camino y te quedas siempre con su sombra, sabes que están ahí, pero no puedes ver exactamente la misma persona que veías antes, sólo ves una sombra negra que a veces se confunde con la tuya propia. Entonces debes sentirte agradecido porque esa sombra podría acompañar a otra persona pero no, te acompaña a ti. Para sentir que te está siguiendo, has de mirar hacia atrás, compruevas que siguen a tu lado, nunca se van, seguirán ahí hasta que abandones naturalmente el camino.
Ese camino está circundado por millones de cosas, es una pena que sólo podamos distinguir detalles. Sólo personas especiales pueden ver el camino en su totalidad, creo que únicamente es la falta de atención lo que nos hace un poco ciegos, un poco sordos. Y sólo nos fijamos en las molestas piedras que entorpecen nuestro camino o en lodos que nos manchan los pies, pero no vemos ésas flores que crecen por nosotros, esa gota de lluvia que toma vida cuando pasamos a su lado y la observamos, esa mota de polen que no busca sino nuestra fertilidad. Pasan desapercibidas y nos perdemos la parte del camino que lo vuelve intenso, único. Muchas veces sobre ese camino se posa el sol y su peso inhumano cae sobre nosotros como una pesada losa, empezamos a sudar, en ese momento sólo pensamos que el sol dinamita nuestra voluntad, no nos deja pensar porque calienta nuestro cerebro de tal manera que deja de funcionar. Es ahí cuando creemos perder el norte de nuestro camino. Nos damos cuenta de lo estúpidos que hemos sido cuando llega la noche y todo parece aclararse con naturalidad. En la noche podemos ver más cosas que en el día, porque todo es más sutil pero auténtico y se muestra sencillamente como es, sin la excesiva luz que no nos deja ver con claridad.
Tendemos a querer apartarnos del camino, pero parece que alguien ha hecho un plano de nuestra trayectoria y no nos deja salirnos de él, jugamos con esto y el juego hace que perdamos el detalle de ese trozo de camino. En ese momento, cuánto se ríe el camino, qué figura tan ridícula parecemos.
Que peligroso es el precipicio que está a cada lado, vamos muy deprisa, sin temor a caernos en el abismo, jugando, pero no por eso desaparece, el precipicio sigue ahí, es peligroso y puede arrastrarnos hacia el centro, hacia lo más hondo, en el lugar donde ya no hay más camino. Nos acercamos al borde y tememos caer, nos acordamos de él cuando oímos que alguien ha caido o cuando el que nos hace el plano nos empuja sin dejarnos caer del todo, cuando nos agarra de un brazo o de una pierna. Y aunque ambos estén rotos, agradecemos el dolor porque gracias a él, podemos seguir caminando. El resto del camino no puede ser igual.
Hay momentos en que llueve, el agua moja nuestros ojos y de ellos sale nuestra alma, es la única manera que tenemos de que el camino conecte con ella. En ese momento somos un cuenco que desparrama su contenido sobre las piedras del camino y se confunde entre ellas. Es el momento en que somos más vulnerables, más debiles, más inseguros. Como tenemos los ojos mojados por la lluvia no podemos ver si estamos verdaderamente en el camino o fuera de él, si la hierba sigue creciendo o si se ha secado, si hay un pájaro caído de un nido o si hay un perro muerto que se está pudriendo, si hay peces de colores o lagartijas nerviosas que se mueven sin cola. El camino te deja solo para que te pares y no sigas avanzando porque el error acecha en cada milímetro, está esperando.
También hay momentos en que el olor de una orquídea se introduce en nuestro interior, por un momento nos eleva del camino, flotamos, volamos por encima de los demás peregrinos, el cielo ni siquiera es el límite. Y todos los colores son más vivos, todas las criaturas se mueven con júbilo, participas en él, te conviertes en una parte integrante de ese gozo que invade todo a tu alrededor. Ya no ves las piedras, ni el lodo, ni el precipicio, ni al perro muerto, ni la hierba seca. Estás encima y todo parece mejor, todo es mejor. La orquídea sigue emanando un olor especial, tu alma se regocija y baila una danza que deleita tus sentidos, que los hace vibrar y revolverse. De repente la orquídea, como cualquier otra flor, se marchita y empiezan a caerse sus pétalos, deja atrás su brillo, se arruga, está muriendo. ¿Que queda entonces? Queda el recuerdo, dentro sabes que todas esas cosas han pasado, sabes que has flotado, que has estado encima, que has tenido en tu nariz ese olor tan especial, en tus ojos esos colores tan intensos, esa vida entre tus manos. Queda el recuerdo y empieza a llover. Ya puedes ver el precipicio y te gustaría estar dentro de él.
Después de ésto, o entre medias, puedes convertirte en una mano, antes te guiaban a ti, ahora eres tu el guía. Como nadie te ha explicado nada te confundes continuamente. Dejas ver muchas cosas, pero puede que no sea el momento. Siempre hay tiempo para lo negativo, puede incluso que sea bueno, el aprendizaje es veloz si lo que se enseña es negativo. Empiezas a notar que esa mano quiere soltarse de la tuya, que ya no la necesita y dejas que se vaya, pero a ti siempre te quedará la arruga en la mano de agarrar tan fuerte, siempre miraras atrás para comprobar que esa mano camina segura, su sombra es la tuya. Sigues caminando, pero ese caminar es eterno, no termina nunca por mucho que veamos cruces a nuestro alrededor. Ahora todo pierde intensidad pero no importancia, vas más despacio, tienes más tiempo para fijarte en todos los detalles que están rodeando tu camino. Tienes muchos recuerdos, tienes grabados en los ojos, ilustraciones poco precisas. Quieres ponerte a correr pero parece que las piernas están entumecidas. Quieres ponerte a volar, pero las alas han perdido las plumas. Quieres......
Las pisadas son más profundas, las enseñanzas de todo el camino empiezan a tener sentido, a cobrar importancia, los errores por la elección del camino correcto empiezan a acusarse en la conciencia.
El precipicio está más cerca, algo te atrae hacia él, quizá sean tus propios pies los que te arrastran. Caes, caes eternamente, vas bajando siempre. Arriba, en el camino, hay una cruz, pero tu sigues cayendo. Quién sabe lo que hay al final. Quizá haya otro camino.
RAQUEL BARRASA VILLA.
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