EN LA BARRA DE UN BAR.
Como seres extraños, nos sentamos en la barra de un bar para no vernos las caras porque no nos gusta la realidad que vemos o porque hace mucho daño, ni siquiera somos capaces de mirarnos a la cara porque duele, duele mucho. Me pregunto por qué la realidad se planta ante nosotros y nos mira tan fijamente a los ojos que no podemos reaccionar, y así nos demos cuenta de que no va a desaparecer ni se va a transformar en nada mas llevadero hasta que no nos enfrentemos a ella en una batalla que a veces es mortal, y la combatamos por fin. Por qué se planta justo delante para que tengamos una perfecta visión de la dureza de sus ojos y de la terrible expresión de su cara. La realidad es cruel, sobre todo cuando no aprendemos a mirarla, y por mucho que creamos estar acostumbrados a la visión dura de sus arrugas, seguimos siendo como niños que temen encontrarse de pronto con su propia imagen en el espejo de las realidades que no mienten. Y nos reta, nos invita a una pelea cruel en la que nuestra única arma es la fortaleza que nos da ver que no nos tiene miedo, ni va a tenérnoslo porque somos rivales demasiado insignificantes para su enorme magnificencia que nos ciega y nos deja más indefensos todavía, nuestra fortaleza se anula y aparece el temor de ser derrotados.
No me atrevo a mirarte a los ojos porque puedo encontrarme a mí misma queriendo demasiado poco vencerte, y aunque me creo invencible, cuando te observo me doy cuenta de cuán ridícula es mi fortaleza. No me atrevo a desearte porque cuando lo hago me tiemblan las piernas y mi voluntad creadora se asusta de mis propias intenciones y me dice al oído que no soy lo suficientemente poderosa como para enfrentarme al monstruo de siete cabezas que tú eres.
Conozco el artefacto capaz de destruirte por completo, la Palabra, pero ella no es mi amiga cuando tengo miedo, por eso no puedo pedirle que se acerque a mí cuando la necesito, odio tanto este miedo como la insolente capacidad que tiene la realidad de hacerme tenerlo. La palabra es tan celosa y orgullosa que no es posible que se ponga a mi altura para ayudarme en la prueba tan difícil de enfrentarme a lo que se viene encima inevitablemente.
Por eso no podemos sentarnos unos enfrente de los otros, porque esa visión nos dice con demasiada claridad que somos insignificantes.
RAQUEL BARRASA VILLA.
La persona que no cree en su impotencia es mucho más fuerte que aquella que no cree en su fuerza, por mucho que ésta sea mil veces superior.
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