martes, 30 de octubre de 2012

MI EXPERIENCIA DE TRABAJO EN LONDRES.




   Estoy en Londres, vine con la ilusión en su estado supremo, llena de cosas en la cabeza; es cierto que también pensaba que había cosas desagradables, pero no tantas....
   Quizá temo demasiado poco el riesgo, quizá no crea en el destino fatal. En fin, lo puedo ver desde el punto de vista de una experiencia más. Pero se me está haciendo demasiado larga, demasiado pesada, demasiado absurda para soportarla. Desde luego que no es ni parecido a cómo me había imaginado, repito, y eso que me había imaginado muchas cosas, pero ya se sabe, la realidad, siempre supera cualquier ficción imaginaria.


   
  X es una secta, la gente que trabaja allí, me refiero a los jefes, no son gente normal, tienen un trabajo de m... y están supercontentos, encima se lo toman superenserio. Si te tocas la cara, mientras cocinas, parece que has cometido un delito, contra el Ministerio de Sanidad. Vienen corriendo a decirte que te desinfectes, que los gérmenes asesinos acaban de instalarse en tus manos y puedes contaminar a millones de víctimas inocentes. Es horrible, sólo por tocarte la cara, parece que has cometido un crimen. Además, cualquier cosa que te dicen, te lo dicen de parte de X, que debe ser un señor todopoderoso, que les ha sorbido el cerebro y que no pueden pensar, si no es a través de él; en fin, para cogerles en vídeo. 


   Hay momentos en la cocina, en los que la gente se vuelve loca, es muy curioso, porque llegan las once treinta y de repente, todos se ponen a correr, a gritarse, a moverse a la velocidad del sonido... y tu piensas: ¿pero qué pasa?, y nada, es que llegan los clientes y necesitan desesperadamente comerse una hamburguesa de m....
   Y yo hago las hamburguesas de pescado, los pasteles de manzana, los pedacitos de pollo frito, las hamburguesas de pollo y las hamburguesas vegetales, o sea, el infinito, y todo ello a la vez, con solo dos manos y dos piernas.
   Si te quemas o te quedas encerrada en el congelador (como ya me ha pasado), no puedes ni ponerte nerviosa, porque es una fracción de segundo que dejas de producir, y eso también es pecado.


   No eres una persona, eres una parte mas del engranaje que compone el maravilloso mundo de X. Y luego lo del dinero, la cosa es que te pagan de una forma muy rara, total que solo me han dado 24 libras en casi tres semanas, aunque me dijeron que cada semana me pagaban, porque el dinero es importante.
   Debe haber alguna razón, por la que esto me está pasando. Encima nos tratan como si no valiéramos nada. Y yo soy una persona, tengo sentimientos y la suficiente inteligencia para comprender lo que esta tarea significa. Si lo llego a saber, si me hubiera imaginado una décima parte de esto, no habría venido.


                                                                                 RAQUEL BARRASA VILLA.

lunes, 8 de octubre de 2012

EN LA BARRA DE UN BAR.




  Como seres extraños, nos sentamos en la barra de un bar para no vernos las caras porque no nos gusta la realidad que vemos o porque hace mucho daño, ni siquiera somos capaces de mirarnos a la cara porque duele, duele mucho. Me pregunto por qué la realidad se planta ante nosotros y nos mira tan fijamente a los ojos que no podemos reaccionar, y así nos demos cuenta de que no va a desaparecer ni se va a transformar en nada mas llevadero hasta que no nos enfrentemos a ella en una batalla que a veces es mortal, y la combatamos por fin. Por qué se planta justo delante para que tengamos una perfecta visión de la dureza de sus ojos y de la terrible expresión de su cara. La realidad es cruel, sobre todo cuando no aprendemos a mirarla, y por mucho que creamos estar acostumbrados a la visión dura de sus arrugas, seguimos siendo como niños que temen encontrarse de pronto con su propia imagen en el espejo de las realidades que no mienten. Y nos reta, nos invita a una pelea cruel en la que nuestra única arma es la fortaleza que nos da ver que no nos tiene miedo, ni va a tenérnoslo porque somos rivales demasiado insignificantes para su enorme magnificencia que nos ciega y nos deja más indefensos todavía, nuestra fortaleza se anula y aparece el temor de ser derrotados.


    No me atrevo a mirarte a los ojos porque puedo encontrarme a mí misma queriendo demasiado poco vencerte, y aunque me creo invencible, cuando te observo me doy cuenta de cuán ridícula es mi fortaleza. No me atrevo a desearte porque cuando lo hago me tiemblan las piernas y mi voluntad creadora se asusta de mis propias intenciones y me dice al oído que no soy lo suficientemente poderosa como para enfrentarme al monstruo de siete cabezas que tú eres.
   Conozco el artefacto capaz de destruirte por completo, la Palabra, pero ella no es mi amiga cuando tengo miedo, por eso no puedo pedirle que se acerque a mí cuando la necesito, odio tanto este miedo como la insolente capacidad que tiene la realidad de hacerme tenerlo. La palabra es tan celosa y orgullosa que no es posible que se ponga a mi altura para ayudarme en la prueba tan difícil de enfrentarme a lo que se viene encima inevitablemente.
   Por eso no podemos sentarnos unos enfrente de los otros, porque esa visión nos dice con demasiada claridad que somos insignificantes.



                                                                              RAQUEL BARRASA VILLA.













































































































































sábado, 4 de agosto de 2012

SUEÑO PASADO.



    Hubo un tiempo en que las mañanas seguían siendo días, aún cuando el cielo, llevaba capote gris, el Horizonte seguía dando promesas. Los tiempos de los olores, de los parques al atardecer, del polvo del descampado, de las hojas de los álamos, del sol tras la valla agujereada... Siempre recordando, en la nostalgia, como si el ahora dejase de lado su fugaz atractivo. Se sentía solo. Pero no era una soledad premeditada y repentina, sino que siempre había estado allí, desde que podía recordar algo, desde el principio. Algunas veces, debido a la complejidad de la mente humana, alguien podía estar rodeado de familiares, amigos, esposa e hijos, y aún así podía experimentar aquella sensación. Pero éste no era su caso, no era algo psíquico, sino físico, o lo que es lo mismo allí no había nadie y nunca lo hubo.
     El sol de la mañana se abría paso a través de los visillos de la ventana de la cocina. Una luz blanca, dentro de un espacio blanco, sillas de hierro y cartón-piedra, mesa, mampara y armaritos. Todo era blanco, blanco asesino, depresivo, nuclear, de laboratorio, sabor a farmacia.
     Sentado estaba, saboreando un agrio y oscuro café sólo, removiendo las suaves mareas del líquido, con la cucharilla, vuelta tras vuelta, círculo tras círculo, movimiento monótono de rutina vespertina. Un día como otros, con un lento y largo proceso de despertar mecánico riguroso y estricto, inamovible, con la mente y los pensamientos en desconexión, unidos todavía al SUEÑO PASADO. Su cuerpo, desplomado en la silla, torcido y encorvado, rebuscaba todavía la postura del camastro cómodo y mentiroso. Había derramado el ya mareado café, fruto de la descoordinación mañanera. El pequeño humillo, que le identificaba como víctima del calor del microondas, se había evaporado, anunciando al paladar y a la lengua que estaba listo para su consumición.




     Sorbito a sorbito, comenzó a beber. Nunca hubo vuelta atrás, la oportunidad de recuperar la extraña y gozosa sensibilidad de poder se había quedado estancada, pasto de las llamas de los logros de los demás, del éxito pecaminoso y lúcido. Concluido su largo y singular desayuno, desmembró de su interior un pizquito de ánimo, y se levantó con sus rodillas aún temblando de frío. Traspasó, lenta y pesadamente, el corto trecho de su minúscula cocina y atravesó el umbral hacia el pasillo. Poco tiempo después, ya estaba duchado, vestido y preparado para acometer la sórdida y lumbar tarea que la misma sociedad, con su ayuda necesaria, le había confiado.
     Bajó las escaleras hacia el portal, y hacia las nueve menos cuarto pisaba los primeros adoquines que le conducían hacia su espacio funcional. Nunca había visto brillar tanto el sol. 




    Al llegar al restaurante, todo parecía estar tal y como lo dejó el día anterior. Las sillas, las mesas, los banquetes de la barra, los estúpidos y simples cuadros pintados por el grasiento dueño... Cada esquina de aquel antro, oscuro y malicioso, estaba exactamente igual que siempre, quietos, indiferentes al continuo traspiés de las horas. Nada le gustaba. Miró dentro tras cerrar la puerta; aún quedaban unas horas para abrir la cocina, pero eso no significaba nada, el tenía que asomar su barbilla a las nueve en punto, ni mas ni menos. Atravesó le local hasta encontrar el endemoniado reloj que marcaba su pauta diaria; sonrió, no le iba a dar el placer a su superior de gastar gritos e improperios en su contra.
     Con la pequeña satisfacción de haber conseguido algo, se acercó al viejo de la barra y le dedicó un suave levantamiento de cabeza, y sin haber olvidado todavía el sabor de su primer café, se encontró delante de fogones, cazuelas, cuchillos, trapos, y un sinfin de salsas y especias. Listo para producir.




     Todo lo que ocurria después era solo un sinfín de movimientos, largamente entrenados. Acudía una orden de un pedido y al segundo activaba sus brazos. No pensaba en ello, simplemente lo hacía, era su proceso, ajeno a toda realidad, desprovisto de memoria y razonamiento.
     Era esto lo que le salvaba de la rutina, mientras que el tiempo pasaba él permanecía absorto en su tarea, sin dilimitar cualquier sentimiento de sesazón o cansancio. Podía permitirse el lujo de presumir que conseguía actuar en su trabajo como una máquina humana, sin fallos, sin retrasos. Pasadas las cinco, había terminado su turno.
     Después de anunciar su salida al explotador carroñero que le rellenaba su nómina mensual, experimentó la sensación que, a su hora, conseguía olvidar. Hambriento, abandonó el restaurante y se dirigió a su casa.
     Al coger el autobús, le llenaba en su interior la expectación de ver gente, de comprobar que aún formaba parte de una colectividad en movimiento.
     Después de ocupar el mismo sitio, en la parte trasera, acomodó su vista para escudriñar a los nuevos que entraban.
     Podía leer, en sus ojos, que buscaban un asiento libre, para no agravar más su cansancio.




     Ya nada tenía importancia. Bajó la cabeza, sumiso ante la imposibilidad de percibir cambio alguno. Antes podía al menos permitirse el lujo de pensar que aún tenía SUEÑOS, lindezas de la imaginación, pequeños momentos de lucidez, donde su cabeza podía explorar los infinitos abismos del futuro lejano e inmediato.
     Una lágrima descendía por su mejilla, se daba perfecta cuenta de que ya ni siquiera perduraba ese deseo de SOÑAR en algo mejor, había perdido las referencias que antaño le hacian tener aquella placentera sensación que le inundaba antes de dormir. Le había abandonado la capacidad de crear.
     No supo encontrar, otra vez, la razón de la vida. Durante años le quedaron grabadas en la memoria las enseñanzas de un antiguo filósofo mejicano, que citaba en uno de sus libros lo siguiente: EL DÍA A DÍA NO TE CONSUMIRÁ, MIENTRAS QUE SIGAS TENIENDO EL ESTRECHO HILO QUE TE HACE ABRAZAR LA MAÑANA. En verdad, no era la sensación de que su hilo se había partido en dos, lo que le remordía por dentro, sino el espanto de llegar a la conclusión de que él había venido al mundo sin hilo alguno. Con el estómago lleno, apagó la lamparilla de su mesa y se echó a dormir, confiando en que el cansancio y la comida le traicionasen.


                                                                   RAQUEL BARRASA VILLA.
     
 

jueves, 21 de junio de 2012

CREAR UNA ILUSIÓN




      Qué halo de esperanza se mezcla con el  aire en mi oído para decirme que lo que ahora roe pequeños hoyitos en mi voluntad, tejerá mañana una tela que será puente hacia el país de lo que se dignifica.
      Qué extraña maravilla artificial, creada por lo terrestre, deja escapar una sonrisa luminosa entre los llantos infantiles de los que mueren de miseria y gritan impotencias útiles a los que pueden resolver paraísos.




      Qué noticia extra-ordinaria se aventura por este bosque oscuro de sordos donde nos encontramos, donde andamos reproduciéndonos como las abejas que solitarias pretenden crear una ilusión común.
      Qué ojo de claridades temerosas pretende avistar duraderos palacios de hielo fúnebre que se mantienen en pie por el aliento congelado de quienes lo guardan, que ojo incisivo se está clavando en la conciencia de los que no pueden esquivar su destino.




        Qué sentimiento sucio, manchado por un interés que penetra cerebros y destruye pensamientos, quiere implantar su reinado ilegítimo que nadie quiere elevar, porque no lo encuentran justo.
        Qué miedo futuro invade el alma de los presentes minusválidos que no quieren reconocer que su propio existir es fruto del sueño de seres pasados que pensaron que todo lo venidero estará cargado de nuevas expectativas para los que han de venir.




          Qué cristales húmedos mojan las narices de los que no pueden acercarse más porque no tienen sentido ni proporción, mojan dedos que apuntan una llanura donde la humedad cristalina es tan solo el sueño de los perdedores.


                                                                                    RAQUEL BARRASA VILLA









miércoles, 25 de abril de 2012

UN INVIERNO EN EL IDEAL.



       Dónde están todos aquellos sueños que nunca se hacen realidad. Dónde está el camino que tantos seguían, en qué momento se perdió la ilusión de mirar hacia adelante con el puño en alto. Con el puño en alto y el corazón en blanco de tanta corrupción y tanta oscuridad. Para qué han servido todas aquellas muertes, toda esa sangre derramada por la estupida idea de un ideal. Dónde están las armas invisibles de todos los que perecieron. Si lo supiéramos iríamos corriendo para recuperarlas, para volver a luchar con ellas. Quizá alguien se las ha quedado, con la esperanza de que no vuelva a ocurrir lo que les trajo de cabeza. Dónde han quedado las intenciones, por qué los dueños de vuestra lucha se han olvidado de vosotros, en los mejores casos, y os repudian en los peores. Para qué, pensaréis, han servido tantos esfuerzos, tantos sacrificios, tanta lucha. Por qué se os ocurrió ir a esas plazas, a esos encuentros si ahora no queda nada. De que os sirve la nostalgia. Por qué no puedo fiarme de vuestras buenas intenciones, por qué me asaltan pensamientos que me hacen dudar de vuestro limpio corazón.


        Por qué no puedo creer que luchasteis por una vida mejor. Por qué pienso que todos erais iguales en diferentes bandos. Por qué os dejasteis dominar por los odios de otros. Por qué tengo que creerme que en algún momento planteasteis una minima diferencia. Acaso habeis sucumbido a todos los sistemas que tanto criticasteis, acaso ahora no os importa cuando antes dabas la vida por ellos. Habéis comprado sillones, televisores y microondas y quizá ahora viváis mejor que nunca. O quizá os meteis cada noche en vuestras camas pensando lo que podríais haber hecho y nadie os regaló el tiempo, la oportunidad. Confío en que no hayáis dejado de dudar de todo, en que las consignas tengan un espacio en vuestros cerebros, en que el cansancio os haga cada día más fuertes, en que las serpientes de la inutilidad no hayan instalado su veneno a través de vuestras venas en vuestros corazones. Espero en todas y cada una de vuestras voluntades.


                                                                        RAQUEL BARRASA VILLA.

domingo, 1 de abril de 2012

ME HAS ILUMINADO.

                                   RAQUEL BARRASA VILLA, A LOS 15 AÑOS.


          No es que no te haya visto durante todo este tiempo, es que ahora te veo por primera vez, con total claridad, y sé que a partir de ahora no voy a poder separarte de mí. De lo triste y de lo que no puede ser, porque ha sido demasiado grande y demasiado espeso para poder soportarlo. Te veo ahora, te veré siempre, te veré cuando sueñe, te veré cuando despierte. No podré separarte de mí, nunca. Lo que pasa ahora es que me has iluminado con tanta intensidad y de una manera tan profunda, que pienso que es la primera vez que te veo. Y me doy cuenta de que, ahora que te observo de verdad, quiero estar encima de esa montaña que tanto te gustaría escalar. Sé que no lo soy, pero me gustaría serlo, sería bonito, ¿verdad? Quiero que me desees tanto que no puedas soportarlo, quiero que te vuelvas loco por mí, quiero que en la inmensidad de esta profundidad, sólo desees el aire que te deje probar, porque no quiero que haya ningún otro aire para ti. Verás cómo mi balsamo es capaz de apartar de ti todo el frío congelador y todo el calor abrasador que está fuera de mí. Y ahora te observo, por primera vez. Me vas a necesitar tanto que vas a apartarte de ti y de todo lo que te rodea con total naturalidad, como si la espuma se esfumara después de un largo viaje para llegar a la orilla. Y por dejarte vivir me darás las gracias, y por alimentarte me estarás agradecido siempre, y por ser lo único que podrán ver tus ojos sentirás tanta felicidad que dejarás este mundo profano naturalmente.
                                                                                      RAQUEL BARRASA VILLA.

viernes, 9 de marzo de 2012

RACE.


    Y bajo este sol que nos alumbra y da calor a todos por igual, cuántos pretenden tener a unos pocos a la sombra, cuántos quieren ser árboles frondosos que impidan a la luz libre de ese sol pasar entre ellos para que no llegue clara. Y bajo esta lluvia sin fronteras cuántos han querido secar los campos fecundos de las mentes esclavizadas. Y entre este cielo y esta tierra, que son un regalo sin destinatario, cuántos han firmado contratos de propiedad. Y que ridículo es todo cuando se mira con sinceridad. Mientras abunda el agua, cuántos tienen sd, cuántos se mueren de sed. Y yo me baño en grandes piscinas sin pensar que soy yo quien de verdad tiene necesidad de agua. Porque ellos tienen sed y mi piel está en contacto superficial con ese agua que eliminaría nuestra sed.
    Y esas porras, fabricadas con árboles libres, caen co fuerza en vigorosas espaldas que son menos libres que los árboles. Esas espaldas se darán la vuelta y veremos unos ojos henchidos de ira, de venganza y las voces que claman por la paz se harán más sutiles. Y caerán cometas mortales de aparatos de metal, pero la sed apagará ese fuego que busca espaldas vigorosas.


    Mientras millones de espaldas buscan refugio seguro, corriendo por los campos desiertos, las ciudades son tomadas por sedientos con porras y con aparatos de metal. Las calles son vertederos de resentimiento y furia controlada. Deben dar gracias por haber huido a tiempo, pero lo que no sabemos todavía es si merece la pena. Si la marcha es segura, si no va a morir el mismo número pero con la diferencia de estar alejados de la tierra que los vio nacer. No sabemos si los caminos merecen las pisadas de gentes atemorizadas poe el propio sistema que ellos mismos han impuesto años atrás, entonces no mataron al sheriff, mataron al ayudante, y ahora lo están pagando.


    No podemos conocer su situación, ni sus noches solitarias como lobos perdidos en la oscuridad que se confunde con ellos mismos, no sabemos si sus hijos merecen un país tan poco agradecido y a la vez tan maltratado. Sabemos, eso sí, que la culpa la tenemos nosotros, por oprimir sus fuerzas hasta el último suspiro que irremediablemente se ha convertido en una guerra feroz que azota nuestras conciencias. Sabemos que la opresión tiene un final, que ese final no es agradable para todos, menos lo es aún para los que lo sufren directamente. Sabemos que el sistema es asesino y nosotros lo convertimos en mercenario a nuestra voluntad. Que las injusticias tienen un precio y que el día de la luz nos va a dejar ciegos a nosotros. Nosotros no caminamos kilómetros para alcanzar cuencos vacíos, letrinas enfermas, lágrimas cansadas, mugre y dolor. Nosotros lo miramos desde un sillón muy fácil y nuestro llanto no es tan verdadero. Nosotros no corremos pàra salvar una vida que pretendemos haberles regalado. ¡Que ingenuidad!




    Y los azules hacen fotos de juergas de mal nacidos, miramos horrorizados que la paloma se ha convertido en buitre carroñero. Pero escuchad las voces de los que no gritan, solo cantan, y podréis oír cómo algo irremediable se abre camino, pacificamente. Observad las danzas que no piden ni lluvia ni guerra y adivinaréis un camino de árboles frondosos que dejan pasar la lúz del sol, pastor en la oscuridad que no es negra. Porque la creación no es negra, ni blanca, ni siquiera azúl, la creación es transparente como el sentimiento o el olor. Y aunque queramos ponerle etiquetas, numeros, categorías, la creación flota libre en nuestras imaginaciones y corre grácil entre nuestros dedos.




    Allá abajo hay más vida en los cementerios que en cualquiera de nuestras pobladas ciudades, porque la vida de autobús no lucha cada mañana, pero la vida en un refugio combate cada segundo para no extinguirse. El campo es una mera alegoría de un paisaje cubierto de cuerpos inservibles y rojos, de venganzas inútiles contra enemigos invisibles, y el refugio es una paradoja sobre su propio significado.




                                                                                   RAQUEL BARRASA VILLA.

miércoles, 25 de enero de 2012

ANTES DE EMPEZAR EL VUELO.


    Hay un hombre que mira con ojos llorosos una enorme ciudad desde un alto mirador. Acaba de perder a un amigo y no sabe si llora por su amigo o por sí mismo. Y sigue mirando la ciudad que les vió crecer, que amamantó sus ilusiones. No parece la misma sin él. Él tampoco es la misma persona, acaba de morir una parte de si mismo que no va a poder recuperar nunca.
    Desde hace mucho tiempo va cargando una bolsa vacía, y ahora todo estalla por los aires, ahora la bolsa ha superado su capacidad, siente el vacío dentro, instalado en sus huesos y en su mente. ¿Como mirar hacia delante si hay un enorme precipicio en la punta de sus pies? Siempre vio a su amigo como un globo que iba a subir muy alto, como una nube que correría por el cielo, libre, y ahora está debajo de la tierra. Qué estúpida paradoja de la vida que le quitó las alas antes de empezar el vuelo.
     Ahora el hombre baja por una escalera que lo pone a la altura de la ciudad. Coge su coche y conduce hasta su casa. Levemente abre la puerta para sentir el vacío otra vez. Saluda a la soledad que seguía sentada en su sofá y se prepara algo de cenar. Hace ya mucho tiempo que cocina para uno, así sabe las cantidades exactas de un menú solitario. Puede que incluso hoy acepte la compañía de la televisión que a veces le hace reír con sus tonterías, va a probar si la televisión hoy está de buen humor. Sí, ella siempre tiene ganas de hacerle reír, otra vez aparecen los mismos monigotes hablando de un perfecto futuro económico, otra vez sale un tanque invencible que se lleva por delante muñecos Paymovil, otra vez está ahí ese gordo pegando bofetadas.


      Pero hoy no tiene ganas de reír, hoy prefiere oír los sonidos de una calle demasiado ruidosa. Ve por la ventana una mujer que con sus tacones hace su aportación sonora, el camión de la basura pasa puntual y deja su rastro musical y luminoso, el chico de siempre corre sus diez kilómetros diarios, una panda de amigos grita consignas de guerra. Invita a la soledad a que se acueste a su lado y ella acepta encantada. Escucha la voz de su amigo que le dice: nunca te dejaré solo, siempre estaré a tu lado. Creyó con el corazón esas palabras, por eso se le hace tan difícil soportar su ausencia. Pero tiene que hacerse a la idea de que no va a acompañarle nunca más, al menos fisicamente, que no va a poder hablar con él de sus miedos o de su compañera soledad. Pensó que siempre sería fiel a su recuerdo y nunca olvidará lo que tuvo y lo que sintió gracias a él, su amigo fiel.


      Suena el teléfono, ya casi no se acordaba de aquel sonido:
-Dígame.
-Soy María, la hermana de Fernando, - no le importó no acordarse de ella, parecía asustada - me gustaría hablar contigo, ¿puedo ir a tu casa ahora?
-Sí, claro - respondió al instante - ahora estoy solo, ven cuando quieras.
-¿Seguro que no te importa?
-No, en serio, ven si quieres.
-Entonces hasta ahora.
-Bien, hasta ahoira.
      Al poco rato ella apareció en su casa, sofocada, parecía que había venido corriendo. No sabía si ofrecerle un vaso de agua o algo de comer, al final se quedó callado.
      -Hola, Manuel, gracias por dejarme venir tan pronto, no sabía donde ir, pensé en ti, tú siempre te has entendido muy bien con mi hermano, y quería hablar con alguien.
      No tienes que agradecerme nada, ya sabes que siempre estoy aquí - pensó que ella estaba muy bonita a pesar de las ojeras.


       -Vi que te fuiste muy pronto del funeral.
       -Sí, no pude soportar que la tierra cubriera su cuerpo, tengo que recordarle moviéndose, además no necesito más despedidas que las que podía haberle hecho en vida.
       -Yo me quedé hasta el final, parecía como si me faltase algo que decirle, como si no pudiese apartarme de él hasta que supiera que ya no me necesitaba. No creo que pueda superar esto, Manuel, de verdad, ha dejado un hueco muy grande en mi corazón Siempre pensé que iba a tenerlo cerca, que no me iba a dejar nunca- empezó a llorar en silencio.
      -Yo pensé lo mismo, pero estoy seguro de que no le gustaría vernos así - por fín le ofreció un vaso de agua - cálmate, piensa en todas las cosas que nos deja, en todos los recuerdos, entodos los momentos.
      Manuel no creía ni una sola de las palabras que estaba diciendo. Quien necesitaba consuelo era él, quien necesitaba palabras de sosiego era él, él quien necesitaba ánimo. En vez de recibirlas estaba ayudando a María a que se sintiera mejor. La muerte deja una sensación extraña y tendemos a ver el futuro de la persona que ha muerto, volvemos a verla haciendo las mismas cosas que hacía cuando estaba viva y volvemos a recordar que todo es mentira, que se ha ido para siempre. Esto no quiere decir que no siga viviendo en nuestras mentes, que su llama se haya extinguido de nuestro recuerdo. Que prefiramos estar en su lugar en vez de vivir recordando su ausencia, su olor, sus palabras, sus ilusiones.


                                                                
                                                                            RAQUEL BARRASA VILLA.